El cine de acción y aventuras, que en la actualidad no creo que pase por su mejor momento, siempre ha sido considerado de segunda clase, de nulo prestigio, de una importancia inferior a la de otras formas de cine, por razones incomprensibles para quien esto escribe. Así, algunos hitos de este cine fueron despachados, durante años, por los especialistas, como mero cine comercial sin la menor relevancia estética. Y si tal cosa ocurrió nada menos que con ‘Terminator’ o ‘Mad Max’, mucho más con otro famoso título de los 80, situado entre ambos, la fenomenal ‘Rambo: Acorralado’.
Viéndola de nuevo, casi tres décadas después de su aparición, resulta que no ha envejecido en absoluto, más bien es sorprendentemente moderna y su discurso y trasfondo aún están vivos hoy día, quizá más aún que en el momento de su estreno. Su vértigo y su trepidación permanecen intactos, y su drama, el de un hombre demolido por la guerra, merece situarse como uno de los relatos de acción más importantes de los ochenta, y, por tanto, una importantísima muestra de cine de aventuras, única forma de entretenimiento capaz de aunar divertimento y tragedia.
La soledad del guerrero
El comienzo es magnífico, con John Rambo, veterano de la Guerra de Vietnam, miembro de una unidad de las fuerzas especiales, y galardonado con la Medalla de Honor, averiguando que un viejo amigo y compañero de su unidad ha muerto de cáncer (luego sabremos que era el último de sus compañeros que aún vivía), y vagando después sin rumbo hasta encontrarse con el pueblo de Hope (un irónico nombre, “Esperanza”…), lugar en el que no podrá ni descansar ni comer algo porque el sheriff local (estupendo Brian Dennehy) primero le echa por considerarle un vagabundo y luego le arresta cuando Rambo ejerce su derecho de caminar o dirigirse a donde le apetezca.
Sin el menor esfuerzo, sin trampas, nos sentimos completamente identificados con Rambo. Los que crean que el personaje del sheriff es un truco de guión o una exageración, quizá deberían pasarse por ciertos pueblos de Estados Unidos o incluso de España, lugares en los que los extranjeros son menos que nada, y cualquier sospecha conlleva un enfrentamiento directo con las fuerzas de la autoridad locales. La brutalidad policial de la que es objeto y su posterior fuga, son momentos de gran violencia, pero no una violencia elaborada por motivos bajos o comerciales, sino para mostrarnos la desesperada existencia de un hombre abandonado. Por eso cuando escapa veloz en su moto sentimos una inyección de adrenalina, porque nos gustaría ser capaces de enfrentarnos a la opresión policial con semejante destreza.
John Rambo es un monstruo, un animal de guerra producido por la implacable maquinaria belicista de Estados Unidos, que al regresar al lugar que en teoría ha contribuido a hacer más libre (en realidad, a enriquecerse y a fortalecerse en sus privilegios de bienestar y comodidad) es tratado como escoria, como basura prescindible, un ser sin sentimientos, por policías que son como matones, hombres acomplejados que así se sienten más hombres, más duros. Poco después, descubren que el piojo que ellos creían blanco legítimo de su violencia, es en verdad un lobo mucho más peligroso que todos ellos juntos, un hombre que no ha hecho absolutamente nada y cuya venganza será terrible.